Por un largo rato esta mañana se hizo un silencio en mi. Me sentí incapaz de sacar la voz de mi garganta, literalmente enmudecí.
Pues ayer, después de conversar con las colegas de Cerigua me quedé pensando seriamente en abortar mi paso por El Salvador, principalmente porque de allí no recibí respuesta de ninguna compañera de la Red Internacional de Periodistas como la tuve de Honduras, Costa Rica y Panamá. Yo sé que en los otros países voy a llegar con gente confiable que me pueda guiar, pero no en el siguiente.
Por otro lado, el bus tarda ocho horas para llegar a San Salvador y solo hay salidas durante el día, no por la noche. Todo eso implica que yo llegue cuando esté oscureciendo, ya sin tiempo para trabajar y sin alguien que me oriente por áreas seguras.
Mientras desayunaba en el hotel trataba de hacer tres cosas simultáneamente: una era decidir a dónde seguir, otra era entrevistar a unas estudiantes que venían de viaje recreativo en un grupo recién graduado de la universidad, quienes resultaron unas antipáticas, herméticas que no quisieron hacer plática conmigo. Yo hasta había bajado mi grabadora al comedor y mi portátil, porque ahí sí había internet inalámbrico, en la habitación no.
Lo tercero era enviar unos correos electrónicos y todo eso tenía que terminar antes de las nueve de la mañana, a esa hora salía el último bus de la compañía segura que me recomendaron las ceriguas. El anterior era a las cinco de la mañana pero a esa hora no acabé de decidirme.
Finalmente resolví partir a Honduras, desayuné muy a prisa y subí al dormitorio a empacar y seguro fue ahí cuando perdí la grabadora. Un radiotaxi llegó 10 minutos después y le pedí llevarme a la terminal, pero el mequetrefe chofer no dijo que desconocía dirección, y para no hacer el cuento largo resulta que andaba perdido. Llegamos cinco minutos después que salió el camión y no había más corridas hasta al día siguiente. Todavía me dijo después que sabía dónde hay otra terminal con más salidas y me llevó hacia allá pero esto era en la zona 4, la más insegura de la ciudad.
Me di cuenta de eso porque al llegar todos los operadores se arremolinaron sobre el taxi ofreciéndome sus servicios, me pareció algo curioso y digno de documentar con mi cámara que puse a videograbar, entonces ellos empezaron a interrogarme y al ver que no me decidía por ninguno dieron por golpetear el vehículo. Apenas nos retiramos de ahí y fue cuando se hizo el silencio. Me sentí derrumbar. 24 horas en un itinerario como el mío son demasiado tiempo perdido. Solo pedí quedarme en el Parque Nacional, frente al palacio de gobierno y a la catedral, creí que allí cualquier ángel podría hallarme con facilidad y rescatarme, entonces lo que ocurrió fue que estuve caminando y afortunadamente el hedor a orines que se percibía por todo el lugar me devolvió a la realidad, me fui con mi equipaje a cuestas hasta que hallé a un chico de Minnesota, según me dijo, al que le pedí recomendarme un hotel y ahí justo frente a nosotros estaba un Royal Garden muy bien equipado, limpio, bonito, con internet en los cuartos y muy céntrico por 40 dólares con desayuno incluido. Allí me quedé trabajando y replanteando mi itinerario, ya que el tiempo se me ha desajustado.
Narraciones del recorrido que realizo vía terrestre por el Centro y una parte del Sur de América, con el objetivo de llegar a Colombia, a participar en el Tercer Encuentro de Periodistas con Visión de Género.
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